30 agosto 2006

Catálogo del Zooloco

Marielba Nuñez


Un día cualquiera en el Zooloco

Si no hubiera sido por aquel lugar, seguramente aquella podría haber pasado por la ciudad más gris y más aburrida de toda la historia del mundo.

Para llegar a él había que tomar un enorme y vetusto autobús. Los asientos, de madera, podían mostrar algunas irregularidades, como huecos o grietas que podían resultar en un pellizco en un lugar indiscreto que hacía que los viajeros emitieran alguna que otra palabra impublicable. Luego de un viaje que duraba aproximadamente una hora, pero que seguramente tomaría mucho menos en un vehículo un poco más rápido, el autobús se detenía frente a la enorme verja de un parque.

Los visitantes tenían que bajarse para recorrer un camino de tierra, con cuidado para no tropezar con alguna que otra piedra que seguramente sería un recuerdo de alguna época en la que existió una senda bella y lujosa. Al final, se encontraban con un enorme letrero de madera, con la siguiente inscripción: Zooloco. Más adelante, un cartel, escrito a mano, advertía a los visitantes con la siguiente frase:

Sólo quienes están dispuestos a aceptar
que el mundo está lleno de seres diferentes
tienen derecho a entrar

Sorprendentemente, aquella advertencia hizo que unos cuantos de mis acompañantes durante aquel viaje se regresaran. A mí, que siempre me he sentido diferente, más bien hizo que aquel lugar me interesara aún más.

Como recuerdo de mi travesía por aquel sitio maravilloso que nunca he podido olvidar, he decidido mostrarles el Catálogo del Zooloco, para que ustedes se asombren y se maravillen, como lo hice yo, de aquellos seres que, por cierto, no vivían enjaulados, como ocurre con tantos otros animales de otros zoológicos del mundo, sino que convivían perfectamente libres en aquel hábitat donde nadie los veía como bichos raros.

Elefancisne (Elephas cygnus)

De entre todos los animales del mundo, no hay ninguno que pueda competir en gracia y delicadeza con este animal de color aceituna, de enormes orejas, que extiende su trompa con tal elegancia que recuerda a la de un cisne en pleno vuelo. Sus pasos son tan leves como los de una mamá cuando abandona la habitación de su hijo.

Ya se sabe que la habilidad de cisnes o elefantes no es precisamente el canto, así que tampoco ocurre que el elefancisne tenga mucha gracia para la música, pero aún así, si se presta atención al atardecer, se puede escuchar que de sus labios sale un murmullo ronco tan dulce como el canto del más melodioso de los pájaros.

Como sus parientes elefantes, el elefancisne puede llegar a medir más de tres metros de altura, con lo que es fácilmente más grande que cualquier casa. Sin embargo, extrañamente, no es muy pesado, con lo que a nadie extraña que algún día le nazcan un par de alas a la altura de su lomo y pueda volar y volar.

Rinosapo (Rinocerum atepolus)

Para poder vivir adecuadamente, el rinosapo tiene que contar con un enorme y profundo tanque, donde pueda nadar fácilmente y estirar su cuerpo, pesado como el de un tanque de guerra, aunque él en realidad no es más grande que la palma de una mano. Como los rinocerontes, a los que debe su nombre, aparenta ser lento y pesado, pero puede desarrollar velocidades asombrosas capaces de dar un susto a los desprevenidos.

En todo caso, el rinosapo prefiere estar todo el día dentro del agua. Para dar un paseo, tiene que pensárselo bien, porque le cuesta un poco de trabajo sacar su enorme cuerpo a la superficie. Sin embargo, nunca se aleja demasiado de su estanque. Tímido, como es, cualquier ruido lo ahuyenta y quiere tener cerca un lugar donde refugiarse.

Es bien conocida la afición del rinosapo por salir las noches de luna llena a contemplar el mundo. Es precisamente en esos momentos cuando puede escucharse su croar, que tiene eco entre grillos, ranas y sapos del parque. El sonido es tan triste, que no se puede evitar pensar que llama a alguna amada perdida alguna vez, hace mucho tiempo.

Monostruz (Arboleus hoyus)

De todos los animales del Zooloco, es éste sin duda uno de los más singulares. El monostruz no parece tener nada que lo distinga del resto de sus parientes lejanos como chimpancés, araguatos u otros primates de las selvas. De hecho, se sube a las copas de los árboles con la misma facilidad que ellos, tiene una dieta repleta de semillas, hojas y frutas (le fascinan, por supuesto, cambures y plátanos) y suele deleitarse tratando de pescar, con una varita, todos los gusanos que pueda para merendárselos como postre.

¿A qué viene entonces su extraño nombre? Lo acompaña una antigua leyenda según la cual los monostruces habitaban extensas áreas de una cierta selva tropical. Tímidos y silenciosos, solían recorrer las copas de los árboles sin que nadie percibiera su presencia.

Ocurrió que en una ocasión, los seres humanos comenzaron a adentrarse en el sitio en el que ellos vivían, para buscar –y apropiarse- las hermosas pieles de antílopes, cebras y otros animales del bosque. A los monostruces, que tienen un aspecto áspero y oscuro, no les hacían mucho caso, así que estos seres pudieron contemplar asombrados la cacería indiscriminada. Para no ver aquel espectáculo tan triste, los monostruces cavaron hoyos en la tierra y hundieron allí sus rostros, con lo que se ganaron una injusta fama de cobardes.

1 Comments:

Blogger Mire said...

mi gran amiga marielba, siempre construyendo y reconstruyendo seres fantásticos para la imaginación de los niños y de los grandes. me imagino que los ilustradores se deben disputar estos personajes.

2:18 p.m.  

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