30 agosto 2006

Dos cuentos de Joaquín Ortega

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Camilo colgaba su túnica cerca de la alfombra. Dos pares de zapatos se anudaban con ayuda de los dedos de su mejor amigo, y para colmo, único dueño. Renato no escuchó el timbre ni las campanas de La Alegría, quizás sea por eso que soñó un poco más de lo debido y se levantó con mal de indiferencia -cuando se duerme mucho debajo del bombo se oye todo con un poco de fastidio-.

Serapio ¡Siempre Serapio!, se cambió de madriguera logrando que su reloj fuese de nuevo el más correcto para saber cuándo dar la señal de comenzar.

El resto de los pequeños invitados se detuvo antes de anunciarse, revisando por si acaso entre sus pertenencias no se había colado un ciervo travieso. Camilo los vio desde la ventana más alta y les invitó a pasar.

Lo que comieron y hablaron esa tarde, ¡hasta casi las seis!, fue tan delicioso y variado que se fundó (con el acuerdo de los que prefirieron sopa de postre) el Día de la Gran Sonrisa. Serapio atendió a los comensales como si ya se hubiese graduado de servidor de mesas.

Nadie ha podido recordar las veces que repitieron el estofado de Camilo. Y es que resulta ser que, en más de una ocasión, las historias, animales y situaciones más extrañas son las que no conocemos.

Re Menor

El Adagio sonaba bellísimo. Los maestros alrededor del organista no podían creer que dedos tan pequeños pudiesen lograr tal juego de acordes y de octavas. Los tacones que le permitían ganar el trecho faltante y pulsar cada pedal, hacían parecer a aquella criatura como un enano de feria o un arlequín de corte. Sus talentos tampoco le impedían sonreírle a la lejana figura de la vírgen, bañada en oro y coronada de luces musicales, y con la cual había soñado, casi diariamente, desde que mamá partiera en la carreta negra -el único transporte que no espera sino a los demasiado buenos-. Era buena la inspiración ese día, rió para sus adentros el padre Alves, por fin tendría la oportunidad de salir de aquel repertorio litúrgico que ya lo había estado aficionando demasiado al vino. Fray Indiano, el padre mexicano y tartamudo, abría los ojos ante aquel derroche de gracia infinita, ahora derramada sobre el pequeño. Pensó en el niño Jesús tocado con peluca y trajeado de dorados y carmesíes ¿o se dirían carmesís?, no importaba. Afortunadamente, el Padre Arcadio no podría propinarle el tirón de orejas acostumbrado en tiempo de lectura en voz alta. Poco a poco, propios y extraños imaginaron las interminables horas que la providencia les podría regalar a futuro. La tía y los hermanos mayores del ejecutante sentían la tranquilidad y el agradecimiento del salvoconducto y el pan recién horneado. A veces, concluyeron aquellos curas recién visitados, era bueno que un músico malo y refunfuñón se enfermara, dejándole algunos instrumentos nobles a músicos extranjeros, enemigos y herejes, pero -y ahí estaba la bendición- amenos.

7 Comments:

Anonymous Anónimo said...

que lindos cuentos...no sabía que podías ser un ser humano...muác!

7:36 p.m.  
Anonymous Anónimo said...

muy dulces cuentos, aunque con el primero tuve pesadillas...que anmales son por fin?

2:32 p.m.  
Anonymous Anónimo said...

Sopa de postre...? me suena a hijo criao'e padre...
Lo dicho: vas a ser un abuelito de los más finos, los que cuentan cuentos de su propia vendimia.

5:32 p.m.  
Blogger Joaquín Ortega said...

jejejejeje...sopa de postre es como una merengada de aguacate de esas que le gustan a los brasileros...

3:47 p.m.  
Anonymous Anónimo said...

eres un un super lindo!!!

9:47 p.m.  
Anonymous Anónimo said...

amigo joaquin..vaya haciendo sus maletas porque malandro que escribe para los niños se lo lleva el ropavejero

11:37 a.m.  
Anonymous Anónimo said...

Toma!!!

6:49 p.m.  

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