30 agosto 2006

La niña de la mirada perfumada

Eloi Yagüe

Nunca supe cómo se llamaba pero si de algo estoy seguro es de que esa compañerita mía del colegio tenía una relación mágica con las palabras.

La primera vez la vi un mediodía a la salida de clases. Estaba junto al carrito del heladero y se comía un raspado con tantas ganas que la lengua se le había puesto roja. Enseguida me gustó su forma de comer raspado: pasaba la lengua por la montaña de nieve coronada por rayitas de leche condensada y, al mismo tiempo, le daba vueltas al vasito con mucha habilidad. Debo decirlo de una vez: estaba fascinado con ella. El tiempo parecía detenido mientras la miraba. La desconocida me gustaba tanto como mi videojuego favorito. Ella ni pendiente, no se daba cuenta de que yo la miraba, seguía atenta a su raspado. Pero, tal vez debido a la insistencia de mi mirada, de pronto alzó los ojos y me vio.

–Epa, ¿qué miras, desafinado? Tengo una ganas elefante de comer raspado y no me dejas concentrarme.
–Tititienes la lengua roja –dije tartamudeando.
–¡Tengo la lengua frambuesa! –me respondió desafiante, como si me estuviera corrigiendo por algún error cometido. Entonces me cayó antipática porque me recordó a la profesora de Castellano cuando leía mis composiciones con el lápiz rojo de corregir en la mano.

Pero la sensación no duró mucho porque, de pronto, me envolvió un perfume delicioso, un aroma como de flores frescas que me emocionó. La volví a mirar pues había bajado involuntariamente la mirada (como habrán notado, soy un muchacho tímido), y cuando la subí y mis ojos se encontraron con los suyos, el perfume se hizo aún más fuerte, como si emanara de su propia mirada. Debo admitir que quedé paralizado por tan inexplicable fenómeno.

–¡Qué, galán! ¿Tas enamorao? –dijo Yony con su vocesota pasando a mi lado y empujándome con el hombro, lo cual me hizo salir violentamente de mi ensoñación.
–¡Enamorada estará tu abuela! –le grité mientras se alejaba riéndose con sus amigos, los jugadores de basket.

Cuando volteé, ella ya no estaba. Como no tuve tiempo de preguntarle su nombre, desde ese momento la llamé “La niña de la mirada perfumada”.

La segunda vez la vi en el patio del colegio, durante el recreo. En lugar de jugar y brincar como los otros niños, ella, la niña de la mirada perfumada, leía un libro. Me pareció muy raro su comportamiento y no pude evitar preguntarle:

–¿Qué lees?

Alzó los ojos de su lectura y me miró. Una vez más me llegó un aroma, pero esta vez era de frutas, como piña o guayaba, o la mezcla de ambas.

–Un libro dinosaurio –me respondió.

Me senté a su lado. Yo nunca pensé que los libros pudieran tener tantas cosas dentro de sus páginas. Ella me leyó un cuento:

–Había una vez un pequeño dinosaurio que le gustaba comer chocolate pero tenía un problema y es que el chocolate aún no se había inventado.
–Pero entonces, ¿qué hizo? –le pregunté.
–¿No lo adivinas, mequetrefe?
–No.
–¡Pues inventó el chocolate! –dijo, y se reía con una risa fresca y de sus ojos entonces salían olores marinos como de olas, peces y azul inmensidad.
–¿Estás triste, dálmata? –me preguntó.
–Es que salí mal en castellano. Mi profesora es fastidiosa y yo me duermo en clase. Además, no me gusta leer, me aburro.
–Mira, pescuezito, ¿cómo vas a salir mal en mi materia favorita?
–¿Castellano es tu materia favorita?
–Claro, mi profesor me quiere mucho. Dice que soy una poeta espontánea.

Me atreví a preguntarle qué es ser poeta, porque la otra palabra me pareció muy complicada, como otras que ella usaba pero que no me atreví a preguntar su significado por no parecer ignorante.

–Poeta es el que juega con las palabras como si fueran metras, yoyo o perinola. Poeta es el aviador del lenguaje, el superhéroe de las rimas, el chapulín de los verbos…
–¡Ya va, ya va! –protesté–. No entiendo nada de lo que dices. ¿El superhéroe de qué?
–De las rimas, cabeza de maleza. Por ejemplo, gallina rima con china; caliente rima con diente; bicicleta rima con pantaleta...

Nos reímos mucho con esta última y entonces ella me pidió que jugáramos a las rimas. Sorteamos con piedra, papel y tijera quien empezaría y me tocó a mí. Al principio me costó un poquito y me rascaba la cabeza para que ella se diera cuenta de que hacía un esfuerzo por pensar. Por fin se me ocurrió una:

–Oreja rima con lenteja.
–Lenteja rima con vieja.
–Vieja rima con oveja.
–Oveja rima con molleja. ¡Guácala! Oye este poema que se me acaba de ocurrir: “A la vieja Josefa le cayó una lenteja en la oreja y su nieta Cameja le dijo: sácate de la oreja esa lenteja, vieja Josefa. ¡Ni pendeja!, dijo la vieja Josefa”.

Reímos como gorilas y ella sacó un papelito doblado.

–Te voy a leer un poema, un poema de verdad que escribí ayer:

“La paloma de la playa
pasa la vida volando.
Más allá de la montaña
donde el sol se esconde a veces
vive otra paloma.
¿Qué busca en la playa
la paloma de la montaña?
Busca a su pareja
Para hacer un nido
Y tener palomitas de arena.
Sobre el mar pasan volando
Dos palomas de montaña.
Olas y alas se confunden”

–¿Te gustó? –preguntó ella.
–Bueno, sí, es bonito, pero…
–Pero qué.
–No lo entendí. Además no tiene rima.
–¡Tú si eres Cariaco! ¡Es verso libre, no necesita rima, triturador!
–¡Y tú, molleja! –le respondí.
–¡Papanatas!
–¡Chancleta!
–¡Burusero!
–¡Mantecosa!
–¡Furruco!
–¡Narizona!
–¡Casi iguana!
–¡Palo diablo!

Y así pasamos media hora, insultándonos muertos de la risa. Cuando nos dimos cuenta, estábamos rodeados. Todos los niños nos miraban asombrados.

–¿Qué miran, macacos? –dijo la niña al tiempo que me agarró de la mano y nos fuimos corriendo de allí.

Desde ese momento supe que la niña de la mirada perfumada y yo éramos novios.

La tercera vez que la vi estaba escribiendo sentada bajo una mata de mango que hay en una plaza cercana a la casa, pues resultó que éramos vecinos.

–¿Qué escribes? –pregunté.
–Un poema –me respondió.
–¿Tiene rima?
–Sí.
–¿Me lo quieres leer?
–Bueno, buruso, por tratarse de ti.
“Mi mami hoy se fue lejos
Tan lejos como la luna
Cuando me miro en el espejo
Pienso: como ella, ninguna”.

Cuando terminó de leer me di cuenta de que estaba llorando. La abracé y me dieron ganas de llorar a mí también, pero no lo hice porque mi mamá me dice que los hombres no lloran y menos yo que soy el hombre de la casa desde que mi papá se fue.

–Me voy, buruso. Mi papá me lleva al país de donde venimos. Nos montaremos en un sacacorchos y volaremos entre los algodones.

Pensé que era el momento adecuado y saqué un papelito de mi pantalón.

–Escribí algo para ti: “Había una vez una niña que le gustaba jugar con palabras. La niña tenía una boca por la que salían palabras gitanas, palabras llaves, palabras azules como el cielo y dulces como nísperos y tibias como cachorros. La niña de la mirada perfumada tenía un amigo que se aburría en clase de castellano. Pero el niño, gracias a ella, pudo saber lo maravilloso que es leer y escribir y aprobó la materia”.

–Disculpa que no tiene rima, pero es que me cuesta escribir rimado.

La niña me besó en los dos cachetes y sentí que el calor me invadía las mejillas.

–Pingüino, es un cuento. Los cuentos no llevan rima. Son historias que dices con palabras bonitas como cuando canta un turpial.

Entonces nos abrazamos. No supe en aquel momento que a eso lo llaman despedida, porque no había tenido ninguna despedida en mi vida (¡epa!, me salió en rima)…

No volví a ver más a la niña de la mirada perfumada pero tampoco la olvidé. Y cada vez que paso frente a un heladero me dan unas ganas elefante de comer raspado. Y en las noches de luna llena, cuando veo el redondo disco que parece un vaso de leche en el espacio, pienso en ella y me llega un aroma parecido al de su mirada.

1 Comments:

Blogger Unknown said...

Hola, me da mucha risa tu definición de poeta en la historia y cómo se hicieron novios. Lástima que nunca más te encontraste con el olor de su mirada.

10:46 p.m.  

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